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noviembre 11, 2008 / Joaquim Montaner Villalonga

Lisiadas de género

Lo que puedes leer más abajo es algo que me llena de dolor. He intentado leer este texto tantas veces y casi ninguna he sido capaz de leerlo completo. Esto ha sido lo que me ha hecho retardar su publicación más de un mes.

Hoy, por fin, me he sentido con fuerzas para enfrentarme al texto y releerlo completo. Han sido muchísimas las sensaciones que ha despertado en mi… dolor, rabia, impotencia, sed de venganza, ira, frustración, desolación,… Me han entrado ganas de ser un justiciero, de ser un luchador, de ser un guerrero… que repartiera palizas y rompiese cabezas…

Pero también he sentido una fuerza imparable, he sentido que hay tanta fuerza en estas personas… que nada les puede parar y que saldrán adelante, ellas, sus hijitas, sus niños… enhorabuena!! sois un ejemplo de lucha, de coraje, de superación diaria…

Ya me gustaría llegaros a la altura de los zapatos y tener la mitad, que digo,… una cuarta parte de la energía que desprende vuestra historia.

Pero bueno… aquí te dejo la historia:

El taller no funciona hoy a pleno rendimiento porque muchas de las empleadas están de baja. A Julia, 29 años, la chica que tiene una pierna amputada a la altura de la ingle desde que su novio le pasó en moto por encima, se le ha complicado una infección en el muñón y hace seis meses que no trabaja. Antonia, en los 50, de las veteranas, está pendiente de una operación en la que intentarán reconstruirle la mano. Perdió el pulgar al tratar de parar el zarpazo del cuchillo con el que su marido pretendía hacerle diana en el corazón.

Juana está de vacaciones, todo septiembre, para preparar la vuelta al colegio de los niños. Tiene serios problemas de visión porque uno de los puñetazos que le dio su pareja provocó que el hueso de la nariz se le desplazara hacia arriba y se le hundió en el entrecejo. Sí están en sus puestos de trabajo las cuatro chicas sordas —de cuando las patadas apuntaban a la oreja en lugar de al costado—, pero no hay intérprete de lenguaje de signos para poder hablar con ellas.

A la mesa donde se celebra la entrevista, en un despacho de la primera planta desde donde se divisa toda la fábrica, acude Ana. Pese a las cicatrices y a los nudos de su piel, remendada a base de mil injertos, conserva un rostro muy atractivo potenciado por la cuidada melena negra y el carmín rojo de los labios.

Ana —catalana de nacimiento, en los cincuenta, madre de tres hijos— exhibe la cabeza erguida. No es pueril resaltar que ahora mira de frente. Durante mucho tiempo le fue físicamente imposible porque tenía la barbilla pegada —literalmente— al pecho. Salió así del hospital, tras más de dos meses en coma, después de que su ex la rociara con líquido inflamable y le prendiera fuego. La carne de los brazos también se le fundió con la del tronco. El cuerpo se le hizo un amasijo. «Logré arrancarme las extremidades y la cabeza a base de ejercicios y de heridas. Tuve que autolesionarme para poder moverlos», cuenta sin mucho dramatismo pese a la crudeza de los hechos que relata. La mañana es calurosa pero viste manga larga y oculta el cuello bajo un pañuelo cuidadosamente colocado. No se ha reconciliado con su aspecto.

Cailu, Centro Andaluz de Integración Laboral Unificada, ubicado en Alcalá de Guadaira, a pocos kilómetros de Sevilla, no es la primera empresa que emplea exclusivamente a personas discapacitadas. Pero sí la única en España, en Europa y probablemente en todo el mundo cuya plantilla está compuesta prácticamente en su totalidad por mujeres que sufren algún tipo de incapacidad como consecuencia de la violencia de género que han padecido.

Fue fundada en 2002 por Cristina Pavón y María del Mar Martínez, presidenta y gerente de Cailu, respectivamente, dos mujeres con un empuje solidario poco usual. Ambas vendieron o hipotecaron sus casas para montar un negocio donde darían empleo a un colectivo al que consideraban abandonado: maltratadas con secuelas por un disparo, una puñalada o un golpe, cuyo grado de invalidez no supera el 65%. «Un porcentaje suficiente para que los empresarios a los que piden trabajo les cierren las puertas por incapacitadas pero insuficiente para que se las considere merecedoras de una pensión o de cualquier otra ayuda», se lamenta Cristina Pavón.

Las máquinas del taller de Cailu —se dedican a la estampación y distribución de productos publicitarios, desde llaveros a bolsas de viaje— continúan traqueteando seis años después pese al escepticismo con que las recibió el sector. «¿Pensáis que con mujeres lisiadas vais a conseguir fabricar algo?», llegaron a decirles.

Cierto es que les lastra un absentismo laboral del 34% —cuando no hay que medirse una prótesis, el niño tiene fiebre—, pero el año pasado cerraron por primera vez el ejercicio con beneficios. Un millón de euros facturados que les permitirá crear tres nuevos puestos de trabajo este año. Insuficiente, desgraciadamente, para dar cabida a las 80 maltratadas impedidas que tienen en lista de espera. Actualmente, en su plantilla cuentan con 16 personas discapacitadas, de las que 12, el 75%, son víctimas de la violencia de género.

LA AYUDA DE LA MANCHA

La existencia de Cailu es un aldabonazo a las conciencias. Una llamada de atención sobre la invisibilidad de estas muñecas rotas. Los medios de comunicación damos cuenta puntualmente de las esquelas que genera el maltrato [48 muertas en lo que va de año y ocho asesinatos más pendientes de confirmación, dos de ellos esta semana esto era en la fecha de publicación del texto… hoy redfeminista nos dice que van 75 víctimas] pero raramente se sigue la evolución de las mujeres que ingresan en el hospital por la puerta de Urgencias. ¿Qué será de Paloma, la madrileña golpeada por su marido en la cabeza con un bate esta semana? ¿Y de la catalana de Vilassar que ha sobrevivido tras ser estrangulada por su compañero porque éste la dio por muerta? ¿Cuántas piernas han amputado los malos tratos?

Nadie ha cuantificado a día de hoy la magnitud del fenómeno. No hay datos estadísticos que midan el número de malheridas. Castilla-La Mancha es la única comunidad española con una Ley de Prevención de Malos Tratos que contempla específicamente ayudas económicas para las víctimas con secuelas físicas o psíquicas. En 2007, concedieron 130.690 euros en subvenciones a 17 mujeres, casi todas con lesiones graves. Una media de 7.687 euros por maltratada. Desde que el programa echó a andar, en 2003, se ha ayudado a 82 víctimas.

El Ministerio de Igualdad presentará en unos días el primer estudio que abordará el asunto. Un informe muy limitado pero que puede ser la antesala de un análisis más profundo. «Se centrará en una decena de casos de mujeres con discapacidad, los más graves: tetraplejias, paraplejias, quemaduras…», explica a Crónica Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género. «Se trata de un primer enganche para continuar con el tema y hacer que la sociedad sea consciente de las consecuencias reales de la violencia de género», continúa. La ministra Bibiana Aido conoce de primera mano la problemática. No en vano, visitó las instalaciones de Cailu el pasado mes de junio.

Hay que acudir a las estadísticas del Departamento de Justicia de los EEUU para encontrar indicios sobre el número de mujeres lastimadas de por vida. Allí se contabilizan 262.170 heridas al año [media del periodo estudiado, 2001-2005], de las cuales 25.710 sufren lesiones serias: heridas de arma blanca, disparos, heridas internas, huesos rotos… La cifra supone 21,4 lesionadas graves por cada muerta [unas 1.200 fallecidas al año].

13.000 HERIDAS

De reproducirse en España el patrón estadounidense, la violencia de género se habría cobrado más de 1.000 heridas de gravedad sólo en lo que va de año. Unas 13.000 en la última década. Y eso sin contar al voluminoso grupo de mujeres que no salen en las estadísticas porque no denuncian el maltrato —cuatro de cada cinco aún— y miente a los sanitarios sobre el origen de sus heridas.

¿Cuántas de las lesionadas medulares que aducen una caída fortuita o un accidente doméstico como causa de sus paraplejias o tetraplejias esconden en realidad un episodio de violencia de género? Fue lo que se preguntó en diciembre de 2005 María Ángeles Alcaraz, médica adjunta del área de rehabilitación del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. La doctora se puso a investigar el asunto entre sus propias pacientes. Fueron precisas muchas citas con el servicio psicológico para que algunas se atrevieran a verbalizar que en realidad había sido un maltratador quien las había sentado en la silla de ruedas.

La doctora Alcaraz tiró entonces de expedientes y sumó hasta siete mujeres en las mismas circunstancias durante una década, un 1% de las que habían ingresado en el hospital. Quién sabe cuántas más habría. Ninguna de la siete figura como víctima de malos tratos porque nunca, al menos hasta el día del alta hospitalaria, denunció. Igual que la mayoría de las trabajadoras de Cailu. «Las lesiones medulares en la mujer como consecuencia de la violencia de género son un hecho real pero mayoritariamente oculto en nuestra sociedad», dice Alcaraz, convencida de que su estudio es sólo la punta visible del iceberg.

En el perfil que extrajo de las siete lesionadas medulares se lee que tenían una media de 32 años cuando sufrieron la agresión. Tres españolas y cuatro extrajeras de nivel cultural bajo. Tres atacadas con un arma blanca, tres heridas por precipitación y una víctima de un accidente de tráfico intencionado, provocado por el agresor. Dos de ellas estaban embarazadas en el momento de los hechos. Una llegó a manifestar que se sentía mejor en el hospital, aún padeciendo la lesión medular, que en casa con el maltratador.

La misma sensación de excarcelación que describe Carmen Bernal, de 44 años, sin movilidad de cuello para abajo desde hace dos décadas. Su marido la atropelló con el coche, varias veces, a más de 100 kilómetros por hora. Luego le asestó tres puñaladas, le cubrió las heridas con arena y la dejó tirada en aquel descampado.

Estuvo dos años ingresada en el hospital, intubada y con respiración asistida. Quedó tetrapléjica. «A pesar de la lesión, sentí una liberación… Parecía como si me hubiera librado de aquello que me impedía vivir», cuenta postrada en la cama de su habitación, con la cabeza girada hacia el ventanal de la izquierda, la única estampa del exterior que contempla desde hace dos años.

A Carmen Bernal Crónica la imaginaba viviendo sin estrecheces y disfrutando de su habilidad para la pintura en algún rincón con aires bohemios. Durante la década de los 90 se prodigó en los medios de comunicación. Había aprendido a manejar el pincel con la boca y se convirtió en un ejemplo de superación consolidándose como pintora.

Algunos de sus cuadros cuelgan de las paredes. Son de trazos coloridos cuando retratan bodegones o paisajes; de tonalidades mucho más grises si la temática es el maltrato. Decoran la estancia, también, varios de los numerosos premios que ha recibido, entre ellos la Medalla de Oro de la Academia Europea de Bellas Artes.

El caballete que hay junto a su cama está ahora vacío. Sin lienzo. La osteoporosis va devorando la poca movilidad que le quedaba y le impide usar la silla de ruedas desde hace un par de años. La impotencia ha mutado en depresión. Está abatida. Casi no pinta. Si ha acabado 14 óleos este año ha sido para cumplir el cupo que tiene comprometido con la Asociación de Pintores con la Boca y el Pie, un organismo internacional que le ayuda simbólicamente a cambio de los lienzos.

Hasta hace cuatro meses, pese a su invalidez total, sólo percibía 290 euros de pensión. El talón ha subido ahora hasta los 490. Insuficiente, en cualquier caso, para cubrir sus costosas necesidades. Vive en Barbate (Cádiz), en un barrio de protección oficial, en una casa muy pequeña y mal acondicionada para sus circunstancias. «A la maltratada a la que ayudó Jesús Neira le han dado 70.000 euros por ir a decir barbaridades a la tele», dice refiriéndose a la intervención de Violeta Santander en el programa La Noria, de Telecinco. «¡Que me los paguen a mí por una entrevista, que yo sí defendería a las mujeres golpeadas!», clama.

En lenguaje de Cailu existe lo que sus directoras llaman la «frase mágica». Cuando las mujeres la pronuncian, cuentan, es sintomático de que han logrado sobreponerse al calvario. La sentencia puede ser «me he comprado un coche», «he firmado una hipoteca» o simplemente «he pagado sola el carro de la compra». Llenar la nevera es toda una gesta. Para la mayoría, los 1.200 euros que cobran de media es el primer sueldo de su vida.

La idea es que Cailu sea un centro transitorio, un trampolín hacia un futuro independiente. Por eso a las maltratadas no sólo se les facilita una nómina. Con aportaciones de entidades como la Junta de Andalucía o La Caixa, se les proporciona también ayuda psicológica, plazas en guarderías y hasta viviendas. Alguna llegó sin estudios, se matriculó en Derecho y hoy ejerce.

Mientras sueñan con un mañana parecido, Ana, Juana o Antonia estampan mecheros y camisetas al ritmo de la música que continuamente se emite por los altavoces. Un año hicieron los regalos de Navidad para los diputados del Congreso. Y piden que se les de la oportunidad de hacer un llamamiento desde estas páginas: «Que nos encarguen mucho trabajo para que las 80 mujeres que hay en lista de espera también tengan su oportunidad».

Lisiadas de género se publicó en El Mundo el día 5 de octubre de 2008. Está escrito por Ana María Ortiz.

Asesino, hijo de perra, malnacido, no podrás ganar. Eres un cobarde y llegará el día que nos veamos las caras. Ese día… serás tú o yo… la fuerza de todas estas mujeres me acompañará… y no me temblará la mano.

One Comment

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  1. soco / Nov 11 2008 10:48

    Tremendo artículo, cruda realidad, pero al fin y al cabo, REALIDAD. Cuesta leerlo y digerirlo, duele, desgarra, bloquea, hasta molesta!!!! No podemos seguir así, no pueden seguir ocurriendo estas barbaridades. Las mujeres tenemos que luchar por nuestras hijas, por nuestros hijos, por nuestra familia, pero no hay que luchar más por sobrevivir al terrorismo de hombres salvajes, indeseables, desgraciados, atracadores, matones cobardes…. Tu mujer no es tuya, es UNA MUJER, y tus hijos e hijas no son de usar y tirar, ni se compran con dinero, NO SON TUYOS, SON NIÑAS PEQUEÑAS, SON BEBÉS que tienen derecho a la vida en paz, a soñar felices, a reir libres, a llorar por cosas de su edad, y no a llorar debajo de la mesa mientras TU, MALTRATADOR, PEGAS A TU MUJER, LA PISOTEAS, LA INSULTAS… Ya está bien!!!!!!!

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